Es frecuente que a nuestros hijos adolescentes les cueste reconocer las indicaciones que les hacemos sobre su comportamiento, sus estudios, su salud, en definitiva, la manera que tienen de gestionar su vida.
Es posible que estas resistencias sean simplemente una característica de su edad, de la necesidad de identificarse como personas independientes que muestran su criterio frente al nuestro.
El problema surge cuando se producen conflictos relevantes que requieren valoración profesional y, en su caso, intervención terapéutica: conductas de trasgresión y no adecuación a límites y normas en el medio familiar, fracaso académico, descargas agresivas, comportamientos de riesgo y cualquier otro aspecto que afecte a su desarrollo evolutivo y su bienestar personal.
Probablemente ellos no admitan que está ocurriendo conflicto alguno y no quieran saber nada de acudir al especialista, suelen argumentar que a ellos no les ocurre nada y que el problema es nuestro.
¿Cómo conseguir que acudan a consulta?
Lo mejor es buscar el momento adecuado y exponer con franqueza el grado de preocupación que sentimos, sin responsabilizarles directamente, informándoles de nuestra intención de buscar ayuda y de nuestro deseo de que colaboren en la solución de los problemas.
Es conveniente respetar su decisión aunque no sea la que nos gustaría escuchar, un profesional, difícilmente va a poder intervenir sobre objetivos de cambio con un adolescente que no reconoce su problema y sin motivación para iniciar tratamiento.
No debemos engañarles, ni “comprarles” para conseguir que accedan. Sí nosotros empezamos a cambiar, es posible que se incorporen más adelante.
¿Es posible abordar el problema sin su colaboración?
Si se puede, dando pautas y orientación a los padres para que aprendan a responder con eficacia a las situaciones que los adolescentes plantean, a gestionar sus demandas, establecer límites que funcionen y adoptar el papel más adecuado en cada situación.